Quique González porque sí. Porque no podíamos esperar a un nuevo disco. Porque hay versos que necesitas cantar a voz en grito. Quique González como regalo a una misma. Simple y llanamente por placer.
Bárbara Téllez (@BbEmergentes)
Quique González
Quique González, de alguna manera, me lleva acompañando mucho tiempo. Es difícil de explicar, pero verlo en directo es como abrir mis cuadernos por cualquier parte y leer. Hay asientos traseros de coche, tormentas de verano y ansias de revancha. Soy yo perdiendo la calma, enredándome en los hilos de otra vida, contando mentiras, comprando promesas e incluso violando corazones en salas de estar.
No quiero repasar el setlist porque voy a volver a todo. Pero, ¿cómo cuento este concierto sin hablar de las canciones?
Empezaré diciendo que existe un Quique taciturno al que todos hemos recurrido alguna vez. Hay algo kamikaze en escucharlo en bucle cuando todo se ha ido a la mierda. Ese no es Quique González o, al menos, no lo es todo.
Quique González también es la canción que cantas a gritos en el coche. La historia que recuerdas con cariño. Es una mirada a todos los detalles que hacen grande un momento.
No sabes por qué eligió esos detalles ni por qué te remueven. Lo que sí sabes es que ahí hay algo que te conecta. Él también lo sabe y, si te fijas bien, ves que le brillan los ojos cuando el público canta.
Por eso me gusta estar cerca en sus conciertos. Me gusta verle la cara. Arrugar la nariz, reírse de las cosas que pasan e intercambiar sonrisas con la banda. Me gusta verle divertirse.
Se puso juguetón y me hizo una mueca mientras yo hacía fotos. Me quité la cámara de la cara y le devolví la sonrisa, disparando sin mirar. No ha salido ni una foto, pero tampoco la cambiaría por ese momento. De alguna manera tenía que darle las gracias.
Concierto en Noches del Botánico
Va, ya me he desahogado. Hablemos de canciones. No de todas, que si no no acabamos jamás. Me siento tentada de hablar de mis favoritas, pero mejor voy a contaros cosas de aquellas que me dan una excusa para hablar de la banda. Así soy.
Presentó “Puede que me mueva”, su último sencillo, y dejó el sabor de la necesidad de sobrevivir. La guitarra entró en bucle sobre el bajo de Alejandro Climent y nos dejamos mecer. Una nueva historia que desentrañar y un nuevo verso que robar para contar la nuestra.
Lo de “Pequeño Rock and Roll” fue un derroche. Empezó a quemarropa, como siempre, y luego se bajó a donde más duele. Los punteos de Toni Brunet salpicando, el piano… y el solo de guitarra.
Real que apunté “qué clase tiene el muy perro”. La tiene. Pocas cosas hay más bonitas que escucharlo tocar. Tal vez las caras de gozor absoluto de Raúl Bernal. Quedé mirándolo de lejos en “Avería y redención”, tratando de imaginar sus manos y dejándome llevar. Me partí con los golpes de las baquetas de Edu Olmedo en “Orquídeas”. Me quedé colgada de todas las miradas que pude ver mientras hacía las fotos y traté de verlas de lejos, como si así entendiera mejor la magia.
Momentacos y sorpresas
Cosas que me gustaron y no puedo no contar: Nos quedamos solos cantando el “de alguna manera tendré que olvidarte” de “Salitre” y me emocioné como una idiota. El final, jodidamente precioso, de “Clase media”. Quique sacando por sorpresa la armónica en “Y los conserjes de noche”. Lo increíblemente desnuda y frágil que sonó “La casa de mis padres”. En mis notas sólo pone: “que alguien le dé un abrazo, por favor”.
¡Y las sorpresas! César Pop en “Dallas Memphis”. ¡Lo que me gusta a mi este hombre! Me gusta escucharlo cantar y me gusta verle la cara de niño probando por primera vez el helado. Aquí ya no apunté nada. Sólo quería mirarlos y cantar.
Hubo otra sorpresa. Poco sorpresa porque los fotógrafos somos cotillas y nos soplamos que estaban por ahí los Morgan. No podía faltar Nina para cantar “Charo” y no podía yo evitar pensar en todas las veces que me he agarrado a esa letra. En aquel benéfico en el que ella, Quique y César tocaron el tema a menos de un metro de mí. En cómo se miraban y en que la magia no está solo en las canciones. Está en los músicos que se quieren y que comparten aquello que los hace más felices.
Se despidieron con “Vidas cruzadas” y la gente se puso en pie. Dejé que me llevaran los oídos allá a donde había que mirar y lo dejé fluir. Las cosas más bonitas del mundo se disfrutan sin pensarlas demasiado, sin archivarlas. Por eso no importa esta crónica. Sólo importa que volví a casa con un poco de mí en los bolsillos. Sólo importa que mires cuándo tocan y vayas a verlos.