QUIQUE GONZÁLEZ: UN ACORDE NUEVO EN EL CORAZÓN DE SIEMPRE

El Teatro Circo Price recibía bajo su telón “Las palabras vividas” de Quique González el pasado martes. Nos empapamos de unas letras que, esta vez, recaían en las manos del poeta Luis García Montero. Con la precisión de un equilibrista nos dio la “Bienvenida” a la noche más bonita de la semana.

🖋️ : Marta González (@Martirulirita), 📸 : Bárbara Téllez (@BbEmergentes)

Diego Galaz al violín, a la mandolina o incluso a la zanfona, arañó el aire como un gato, marcando nuestra piel como un tatuaje. El contrabajo de Jacob Reguilón y la batería de Edu Olmedo, nos colocaban las baldosas amarillas por las que caminar. Fue Alejandro Climent quien desde los teclados y el acordeón hizo de cada tema una delicia. Toni Brunet, por su parte, nos sacudió el alma con todas las guitarras que se le pusieron por delante. Desde cada butaca hicimos temblar el Price, marcando el ritmo vestidos de emoción y ojos brillantes.

De consejos para ser feliz se vistió “El pasajero” y de veranos adolescentes “Palomas en la quinta”. Alumbrados por las pajaritas de origami que guardaban el escenario, César Pop y Quique González defendieron a flor de piel “Qué mas puedo pedirte”.

Al calor del teatro se acercó Luis García Montero. Nos tendió su poesía de su propia voz, y nos habló de admiración. Reconocía que por regalarse poemas y canciones, habían aprendido a querer el arte del otro. “Aprendí a admirar a gente más joven que yo escuchando a Quique González” confesaba el poeta. La preocupación por estar a la altura nacía precisamente de ese cariñoso respeto. Estaban ambos sobre ese escenario, en palabras cruzadas. Prendió la mecha de la lágrima contenida con “Aunque tú no lo sepas”, el poema y la canción (Estoy bien. Se me ha metido algo en el ojo…)

Recibimos “La luna debajo del brazo” con palmas a destiempo [se oyen risas] “Esto es la democracia. Cada uno da las palmas cuando quiere” nos animaba Quique, a hacer precisamente el cometido de aquella noche: sentir sin estructura, sin pauta, sin reglas.

“Sangre en el marcador” fue un respiro para cantar, un oasis en el que disfrutar a grito pelado. Y con “Seis cuerdas” Quique nos recordó, otra vez, que las cosas más importantes se cuentan con la música, incluso cuando no te lo esperas. Porque, si bien es cierto que no es obligatorio poner etiquetas a lo que sentimos, a veces un verso o un acorde le pone nombre de repente. Sin permiso y sin anestesia, la música nos escupe en la cara lo que el corazón se esfuerza por comprender (o por no querer oír). Señala con el dedo el rastro de confeti de “Dallas-Memphis”, o esa botella donde se esconde el mar.

Si bien es cierto que no es obligatorio poner etiquetas a lo que sentimos, a veces un verso o un acorde le pone nombre de repente.

El fin de fiesta (de la luna llena) me pilló agarrándome fuerte al asiento. Ahora que esto se acaba voy a permitirme hablar en primera persona, con permiso. Quiero decir que no es que no supiera que me gusta Quique González, es que no sabía ni cómo ni cuánto. Podría buscar palabras en versos, en canciones, en poemarios y en discos enteros. No encontraría en ninguna parte lo que fue “Salitre” en directo. Porque bien nos gritó desde el escenario que era nuestra, y bien nuestra la hicimos.

Volvimos a casa con el Rock’n’Roll en el pecho. De ninguna manera podríamos olvidarte. No podríamos olvidarte de ninguna manera, Quique González.